domingo, 16 de septiembre de 2012

el reino de Queens


No ha habido persona razonable a mi parecer quien no responda a la pregunta ¿qué es lo que más te gusta de Nueva York? que su diversidad. Pero uno creería conocer qué es la diversidad hasta llegar a Queens, Nueva York, el vecino más notorio de Manhattan.

Queens, un borough o condado más en el estado de Nueva York, es totalmente gigante, impredecible, y me recuerda muchos de los barrios del DF por el número de gente recorriendo sus largas avenidas uno empujando al otro, o corriendo al irsele el autobus, o gritando fuerte por las calles. En Queens, como en el centro de México, hay mucho ruido, bullicio, olores y colores fuertes, humo, voces, risas, en una palabra, hay vida. Demasiada... ahí, también, se atiborran tomando los metros, comiendo en sus puestos de comida callejeros, creando mercados informales. Quizás por ello me siento en confianza en Queens. Creo que en este caso no podría ofender a Queens al compararlo con México, por lo contrario, podría decir que Queens como muchos barrios defeños, corresponde a las zonas más feas en cuanto a estética urbana, mala planeación, pobreza, casas hermosas pero viejas, pero todo cabronamente interesante. Queens es casa de más de 138 idiomas, techo de más de 2 millones de personas de los cuales, y una suerte de nueva Ellis Island que abre sus puertas y suelos a los extraños. Calculan en efecto que el 50% de sus habitantes nacieron en por lo menos 100 distintos países. 100 países diferentes, ¿existen tantos?

Conocer Queens, como lo dije una vez del sucio lado de Brooklyn, es conocer la verdadera identidad de Nueva York y su fascinante cara cambiante con cuerpo de migrante. Me defiendo bien en Queens, igual hablo con gente en español, en spanglish, en inglés, en francés (con cualquier de ex colonias francesas por supuesto) y ya voy aprendiendo más árabe, pero lo que sí aún no se me pega es el hebreo o el punju. Demasiado en Queens, ahí deben olerse al menos 100 distintos de humos de comidas tradicionales, color y formas de ojos, y formas distintas de asimilarse a una sociedad... heterogénea por naturaleza. Creo que me atrevería a decir que si hay algún lugar en Nueva York que recorrer, es Queens.

La comida es en efecto lo que primero me atrajo a Queens allá en mi año de llegada, pero fue la curiosidad por ver esos mundos tan únicos que me ha llevado a perderme en sus calles. El trabajo me ha permitido conocer más lugares que hospeda o esconde a migrantes mexicanos, zonas de Queens muy famosas como Jackson Heights, Corona, Woodside, Flushing y Northern Boulevard y muchos muchos más. Además de ahí antes me había metido gustosa a comer griego en Astoria, irlandés, indio/bangladesh, pakistaní, turco, italiano, café árabe, verduras bizarras chinas, dulces rusos, empanadas polacas, carne coreana en Flushing, bandeja paisa y pollos colombianos pues por supuesto, todo todo lo latinoamericano, mexicano ecuatoriano salvadoreño hondureño está en Queens.

La esperanza está en Queens. La gente llega y viene de Queens, los ojos puestos en Manhattan por las ventanas. Los aviones haciendo cola encima en los cielos para bajar a los aeropuertos más importantes de la ciudad, todo en Queens. Y de Queens a Manhattan, es otro episodio.

Llega un punto, tras Queens Plaza y Queensboro Plaza, en Court Square o Eli St, que Brooklyn y Queens se tocan y se unen en cuatro vías, los metros 7, G, E y M para dirigirse casi todos al destino final, la ciudad. Los metros que van a Manhattan se atiborran como nunca en el trayecto entero y pareciera a veces que ni un arroz parado entraría en los vagones, la gente, desde el más rico hasta al más pobre pelean su espacio, los perfumes vuelan en el aire, el gel o la perla, el tacón o el tenis, los ojos azules, los ojos negros, las pieles, las marcas o los que sólo portan sus manos consigo, todo se confunde. Es imponente.

Sin embargo, yo, hace mucho dejé el E y M por el 7, mi favorito. El metro 7 recorre Queens desde Flushing y el viaje es enorme y cambiante a cada estación. Desde abajo aleatoriamente uno pensaría que es un barrio más, bien podría estar en la zona dominicana en el Bronx o en la rusa abajo en Brighton Beach en Brooklyn, pero no, Queens es un collage de barrios más impresionante que los anteriores. A la gente le fascina este tren porque es abierto y como muchos de los trenes que recorren barrios lejanos de Manhattan, están construido en segundo piso a nivel elevado sobre calles importantes. Así, uno mira afuera y escucha conversaciones habladas por celular, alcanza a oir los ruidos del tren sobre la vieja madera, los aviones arriba, las curvas a paso lento, esto se vuelve una montaña rusa.

Mi viaje por Queens empieza en donde se cruzan los cuatro trenes. Me toca subir Brooklyn y llegar a Queens y partir a Manhattan con la vista en sus edificios. Del G al 7 hay por lo menos seis o siete minutos de trayecto, y es imperdible la cantidad de mexicanos que van llegando del 7 en olas y que caminan hacia el este de la estación hacia el E y M, la zona de mayor turbulencia matutina. Hay ocasiones que cuento el número de "mexicanos" que veo durante mi transferencia del G al 7, y casi llego a la veintena, cada día más.

Pero todos, gringos e inmigrantes, todos todos tomamos la misma vía elevada, hasta llegar a la oscuridad debajo del agua.

El tunel del metro 7 inicia sin embargo antes del río, al entrar en su zona más rica, Long Island City, donde viven los blancos privilegiados quienes rentan hogares frente al más bello paisaje de Manhattan, el landscape del midtown con una perfecta vista al norte y al sur de la ciudad al mismo tiempo. Así, yo como esos blancos ricos, y los millones de otras personas, tenemos una probada de esa vista maravillosa. Miramos por la ventana los edificios más sublimes de la ciudad, y pensamos al dar la curva más peligrosa de ese metro alto, cómo el trayecto de casi de una hora va a llegar a su fin, nos lleva al sueño de todos, la ciudad del primer mundo donde la prisa es el pan de cada día y una vez en la calle, nadie se preocupa por quién camina a su lado, nadie vuelve a notar el color de tus ojos, nadie toca a nadie y sin embargo, seguimos aquí.

Todo termina rápido, y sin duda, lo más inolvidable de Nueva York es que todos somos inmigrantes queriendo cruzar el agua e iniciar el día. Hacerlo desde Queens lo vuelve más interesante pues estás en la cuna de la diferencia. La mayor similitud entre tantos seres distintos es que el final del trayecto, es el inicio para todos. Pero es esa vista, esa breve mirada de la ciudad la que alimenta los espíritus madrugadores o los cansados por la noche lo que impulsa llegar a ese fin, e iniciar lo que finalmente te tiene en esta ciudad. A la diversidad le añadiría entonces la belleza de su silueta que miro a diario, y saber que aún tan hermosa permite que seres tan diferentes caminen a diario sus calles. Una belleza tan clara.